En el atolladero que nos encontramos no parece haber salida. La globalización, las megatendencias y el ciberespacio nos atrapan como las arenas movedizas, cuanto más intentamos salir, más nos hundimos. Este desorden existencial, esta Matrix vivencial que nos aleja de nuestra propia realidad, la que queremos construir en libertad y uso de nuestras facultades menos condicionadas posibles, no es fácil de ubicar, porque ser parte de ella, nos confundimos en la maraña ¿Dónde está la salida del laberinto? ¿Hacia dónde dirigirnos? Una de las opciones facilistas parece ser la del consumismo y la compra de felicidades pasajeras. El deseo ocupa la mayor parte del menú y sus manifestaciones son cada vez más variadas, por eso las nuevas adicciones suelen ser tan extrañas (vg. internet, amor, celular, belleza, potomanía –adición a tomar agua para “adelgazar”-). Necesitamos cada día más formas de satisfacciones inmediatas, desechables y cambiantes para mantener el cerebro en un estado de aparente equilibrio. Siguiendo a Epicúreo, el placer que añoramos es el “cinético” (que llega intempestivo, nos chuza y se aleja hasta que otra carencia lo llame nuevamente) y no el “placer” estático que surge de la ausencia del dolor, de estar simplemente bien, sin el malestar a cuestas (no estoy enfermo, no tengo sueño, no tengo hambre o estoy sano, estoy despierto, estoy alimentado). Dicho de otra forma: no vivimos la alegría de no estar sufriendo, no atendemos a ese estado, sino al placer que llega del alivio. No somos concientes del bienestar que genera la salud en reposo y preferimos concentrarnos en el impacto del refuerzo positivo. No procesamos la felicidad del reposo o la felicidad en acto, que sugería Epícteto, deseamos más la estimulación, que la ausencia de ella; ruido, más que el silencio. Los momentos de soledad angustian a muchas persona presa del consumismo, porque a solas deberán adentrarse en si mismas, afrontar la propia identidad generalmente fragmentada por los intereses creados desde afuera. Habitar el mundo, es también ocuparse de uno y ver el “yo” desde adentro.
La mente libre se opone a la subyugación y a perder el norte. Es rebelde, promueve la contracultura y se reafirma en una forma de resistencia individual, que aunque no cambie de manera radical al mundo, al menos permita elegir sensatamente. No busca el nirvana ni la beatitud, se conforma con ser ella misma, con gobernar su mundo interior y dejar por fuera lo que la destruye. Siguiendo algunas enseñanzas de la antigüedad, que han permanecido limpias, al menos en sus fundamentos, yo diría que una mente libre promueve o se apropia de tres aspectos:
• La ataraxia o tranquilidad del alma, serenidad, no ansiedad o preocupación. La imperturbabilidad del ánimo o la menor turbulencia posible.
• La autarkeia o autonomía, independencia, el autogobierno, la libertad de orientar la propia vida como se nos de la gana, hacerse dueño de ella
• La apatheia o impasibilidad e indiferencia a todo aquello que pueda poner las pasiones y las emociones negativas fuera de control.
Las tres unidas forman un bloque de oposición a la despersonalización, una vacuna que facilita la reorientación del yo. Poder estar anclado en uno, sin perderse como una rueda suelta en universo de la oferta y la demanda, dignifica. Si logramos alejarnos de las necesidades vanas, ordenar los deseos sin que nos dominen y eliminar los temores irracionales, estaremos muy cerca de la liberación interior
La mente libre no es un estado, sino un movimiento dinámico que va reacomodándose sobre la marcha, es un proceso vivo y creativo, especialmente sensible, que orienta el organismo hacia fines saludables. La mente libre es fiel a sus talentos naturales, no se deja seducir fácilmente y ejerce el derecho a decir no. Y por hallarse en una elaboración constante, está muy cerca de la sabiduría, así no logre alcanzarla nunca. El sabio ya sabe vivir, la mente libre esta en condiciones de aprender a vivir y a resistir. Es un estadio previo ala plenitud, por decirlo de alguna manera. Una diferencia de grado infinitamente complejo y bellamente simple. La mente libre es el umbral, luego sigue el salto.