Celos reales o imaginarios, aterrizados o delirantes, pasados o futuros, todos duelen. Si tu pareja coquetea descaradamente con alguien en tus narices y te enfurecerás, es natural, se trata de la defensa de la territorialidad. A nadie le gustan los cuernos y menos de frente. ¿Qué haría una persona bien estructurada en una situación como ésta, además de sentirse mal?: pues encarar la cuestión asertivamente, decir honestamente lo que piensa y tratar de sentar un precedente no violento al respecto. Pero también es posible que si practicas la filosofía swingers, te guste ver a tu media naranja flirteando, obviamente si la fantasía es compartida. Cada quien corre con sus gustos y los costos asociados, lo importante es respetar los acuerdos y que exista cierta compatibilidad de fondo. Por ejemplo, no me imagino a una persona paranoide con alguien histriónico, coqueto y exhibicionista..
Los celos patológicos son más intensos. Ocurren sin fundamento alguno y el celoso empieza a establecer correlaciones ilusorias y atar cabos que no están sueltos. Las interpretaciones erróneas se disparan todo el tiempo y pueden llegar a constituir un trastorno celotípico delirante. Por ejemplo, un hombre estaba seguro de que su mujer hacía el amor con alguien, mientras él dormía a su lado, por lo que había decido pasar las noches en vela y agarrar al intruso con las manos en la masa. De más está decir, que nunca se topó con el supuesto amante
Pero quizás lo que más le moleste al celoso es su orgullo herido, en tanto el supuesto engaño rompe traicioneramente un pacto preestablecido de exclusividad afectivo/sexual. En este punto vale la pena aclarar que el “honor mancillado” y la “dignidad territorial” no solo es un problema masculino, sino también de las mujeres. Cuando se juntan infidelidad y rencor todo vuela por los aires. El perdón no encuentra cabida y las segundas oportunidades son tan lejanas como la paz mundial.
Sin embargo la forma más absurda e irracional de los celos se encuentran en los retrospectivos. Es decir, suspicacia hacia atrás y antes de conocer a la persona. Para estos individuos es inconcebible que la pareja haya tenido un romance antes de que él o ella aparecieran en su vida. La indagatoria es sobre el pasado íntimo de la persona amada y las preguntas inquisitorias versan sobre un morbo enredador: “¿Qué te hacía?”, “¿Te acostabas con él?”, “¿Ella te besaba?”, “¿Cómo te besaba?”… Y la conclusión, un descubrimiento desgarrador para el ego paranoide: “¡Disfrutaste con otra persona!” El cuestionamiento es profundamente ególatra: “¿Cómo pudiste ser feliz, si yo no existía?”
A veces, las víctimas del interrogatorio cuentan todo detalladamente para “tranquilizar” la ansiedad del otro, pero el efecto que se produce es exactamente al revés, como si le echáramos gasolina a una fogata. Celos regresivos y exclusividad radical, incluso antes de concoerse ¿Habrá mayor sentido de posesión, una forma de resentimiento más anacrónica? Los desconfiados del amor se regodean en la memoria de eventos negativos, extraen conclusiones absurdas y luego censuran sin piedad. Para la gente muy celosa y rencorosa, el tiempo no limpia las heridas, las exacerba y las mantiene abiertas.